Está todo en la cabeza

Alguien dijo en cierta ocasión que la trayectoria de la vida consiste en ir recorriendo un pasillo más o menos largo (dependerá de la propia vida) a cuyos lados -como si de un coredor de hotel se tratara- se muestra en perspectiva una sucesión de puertas cerradas. La tarea consiste en ir abriéndolas una por una y en asomarse a las estancias que hay tras ellas. Habrá quienes se desinteresen por los contenidos de las que abren en primer lugar y regresan al pasillo para continuar su recorrido e investigar tras otras puertas hasta dar con la estancia que les está destinada. Por el contrario los hay que se sienten fascinados por lo que la primera habitación les ofrece -huéspedes ilustres, bellas mujeres, flores, frutas, decoraciones suntuosas... e incluso el paisaje urbano que se contempla desde el balcón-; hasta tal punto que deciden quedarse allí durante el resto de su vida fundiéndose más y más con todo aquello. Finalmente los hay que permanecen en la estancia recién abierta solo el tiempo preciso para asimilar y memorizar lo que aquella les muestra, pero que, una vez interiorizado, sienten la pulsión irrefrenable de abandonar la habitación y seguir asomándose a otra y a otra y a otra... e ir empapándose de sus diferentes -y a veces contradictorios- contenidos. Y así hasta que el corredor llega a su fin.

Extraído de la exposición

Unas cuantas estancias de Miguel Ángel Ropero