AGLI

Eran dos gentleman aquellos que paseaban por el pasillo. No parecían gentleman pero lo eran. Un inglés y un italiano. Ambos comían pasta, pero el inglés comía más pasta que el italiano. Jugaban al ajedrez como gentleman. En cualquier parte. Bastaba el capó de un coche y un cielo despejado para sacar a pasear su camaradería. Hacían el amago de quitarse el sombrero cada vez que pasaba una mujer bonita por su campo de visión. Acto seguido bajaban la vista al tablero y continuaban maldiciendo su jugada anterior. El inglés hablaba en italiano y el italiano en un acto más de camaradería le devolvía frases entrecortadas en inglés. Siempre los veía en silencio. Era un silencio seco. Je, cada vez que podía rompía el silencio de la manera más tonta. La última vez hice que tenía los cordones desatados y al agacharme me tiré al suelo y me retorcí de dolor. Pararon la partida en mi honor.
En la cocina no era gentleman. Cabe espera que un gentleman sepa elaborar suculentos platos con los que abrir los sentidos. Ellos preferían la sección de congelados. No tenían mujer y ellos no sabían cocinar. Tampoco tenían suficiente güita para costearse menús a la carta, así que procuraban comer poco porque así, aunque comiesen basura, no comían mucha basura.

La chica morena que desaparecía semanas enteras y me la encontraba en la entrada a las doce de la noche fue bautizada como la mujer de J.Cash. Tenía una peca estilo Crawford, era morenita y sus ojos eran lo que hizo enfadarnos a J.Cash y a mí. Aparecía sin mediar palabra y desaparecía. A veces salía al balcón a ver si la veía. Cuando me cepillaba los dientes me acordaba de que en ese momento podía estar cruzando la calle. Y salía corriendo al balcón. Pero nunca la vi por el balcón.

Hello, I’m Johnny Cash. I heard the train coming, and I’ve seen the sunshine. When I was just a baby my mama told me, son always be a good boy, don’t ever play with guns. Y qué querías mama! Si ya lo supiste cuando me llamaste así.

Johnny, johhny, Johnny me decía mi mujer, no pares johhny. Pero yo ya no era el joven que iba a comerse el mundo. No soportaba conducir. Cuando nos conocimos nos prometimos recorrernos la costa este -el Mediterráneo- todos los veranos. Pero éste verano no tenía fuerzas.


Dos trenes se cruzan a la misma velocidad. En cada tren hay un pasajero que mira por al ventanilla y ve el tren cruzarse. La diferencia está en que mientras el uno dice que su tren es el que iba más rápido, el otro dice que no lo sabe.