Marmotas, Efraím Medina


La vida de las marmotas está hecha de publicidad y mugre. ¿Qué rayos es la felicidad? ¿Qué demonios sería el reverso de la felicidad? Las marmotas engullen toneladas de frases hechas, arrastran sus traseros por lugares comunes y repiten una y mil veces la misma cháchara. No hay luz al final del hediondo túnel, no hay túnel. Las marmotas están allí, soñando un golpe de suerte, babeando por un futuro, encastrados en sus escuetas vidas. La felicidad o la infelicidad no son conceptos, son esloganes. Lo que supuran esas palabras es física mierda. De allí deriva una chata visión de mundo, una frígida espiritualidad y la manía de darle a todo un sentido. Nunca tuve objetivos y no los tengo ahora, no creo en eso, no me interesa la realidad. He inventado una dimensión alterna, un modo de incomunicarme con los turbios afanes de la realidad-real. Las chicas-marmotas quieren realizarse, aspiran al amor y la estabilidad. Los hombres-marmotas son funcionales, tienen delirios de control y poder. Escribo pero no me interesa un pito la literatura, sólo las marmotas llenas de sebo pueden creer en algo tan plano y previsible como la literatura. Así mismo tienen una burda idea de amor y sexualidad. Tienen una IDEA de cualquier cosa y eso las aniquila. Dentro de cualquier idea acecha el eslogan, es la forma como el Mecanismo ha envasado la estructura mental de las marmotas. Las marmotas se alimentan de estupidez: película del día, libro del mes, colección invierno-primavera, carrera espacial, crisis económica, retos ambientales, mermelada de fresa... Mierda y más mierda empacada al vacío. Las marmotas son prisioneras de una idea de libertad y están, allí, inmóviles sin entender. Están allí, con sus ínfulas y dudas, alteradas, fingiendo que nada de esto las afecta. Las marmotas se encuentran, se juntan, se revuelcan, hacen planes, viven juntas, se abandonan, ríen, sufren, tienen hijos, van al supermercado, se casan una y otra vez, se traicionan, se odian, se aman... Justo como cualquier parásito intestinal. Sin embargo, ven en sus actos programados una vida, languidecen creyendo vivir e incluso temen a la muerte, no ven en la muerte una liberación porque se aferran a su propia mierda, porque carecen del mínimo pudor. Porque son hojas secas sin haber sido verde jamás. ¿Qué me hace especial? Lo que me distancia del resto, mi infinita capacidad de estar en mí sin necesidad de aferrarme a nada, de trascender mis pensamientos, de destruir cada eslogan, de penetrar profundo el alma y la carne de una mujer hasta reinventarla. Las madres me odian, las hijas me aman y los hombres me temen. Saben que los supero sin esfuerzo, que no comparto sus miedos ni proyectos y que jamás respetaré un maldito pacto.

Efraím Medina Reyes