Sala Walt 461

-¿Tu qué haces cuando todo te sale mal? -preguntó.
-Pues depende. Si llevo poco tiempo dentro del bucle me basta con darme una ducha y enjabonarme mucho para que todo se marche por el desagüe. Si no se me quita pues me voy al sitio más oscuro de la casa, me tiro al suelo y huelo un paño viejo que tengo. Lo huelo lentamente, respirando hondo. Y estoy ahí un buen rato.

La chica del paño tenía una mirada increíble, joder, creo que es la primera mirada que no olvidaré jamás. Yo era incapaz de mirarle a los ojos más de cuatro, cinco segundos. A veces aguantaba diez segundos pero parando a descansar. Joder, me miraba y los ojos brillaban como llenos de vida, y se movían como fijándose en más cosas, pero no, siempre estaban posados en los míos. Y yo tenía la sensación de que me veía por dentro, me observaba por primera vez. No lo soportaba, pero tenía que volver a mirarla, pero volvía a rendirme, y cuando me rendía decía -venga, va-. Y cada vez que eso sucedía sus ojos me decían, sé que no puedes, vamos, inténtalo, sé que puedes. Pero me daba miedo que mirase dentro, no la conocía. No sabía nada de ella, y quería verme de verdad. A mi no me habían hecho eso nunca, tenía como una capa mágica que escondía lo que no quería que viesen, y siempre tenía mi pequeño baúl escondido. Pero esta vez era distinto, tenía una llave maestra o yo que sé, joder, pero podía verme desnudo y conocerme sin ningún tipo de contaminación.

Cuando yo hablaba tenía excusa -hablaba- pero cuando escuchaba no. La batalla era escuchar. Se lo dije con los ojos y ella lo entendió. Inventó una historia muy interesante para llamar mi atención, y yo sin saberlo, me interesé por lo que decía. Y lo que decía era realmente guay de ser cierto, porque dejé de pensar en su mirada y pasé a ser el ciego al que le cuentan lo que tiene alrededor, para imaginárselo e interpretarlo a su manera. Fue muy bonito que se desnudase para un ciego incapaz de sostener su mirada. Fueron palabras muy bonitas. Ya sabes, un otoño soleado a las diez de la mañana de cualquier día de la semana, del mes y del año, con las hojas cayendo al suelo, panaderías y chocolaterías emanando efluvios, gritos de niños a lo lejos y paseando de la mano de la chica del paño, con la voz suave y tranquila narrando su infancia.

Entonces un día con la mirada debí decir algo mal. Bueno, en verdad no la miré. Y ella se sintió como cuando te dicen que te desnudes, que te desnudes y tu dices que no, que no, pero te convencen y cuando lo haces los ves mirando hacia otro lado y rompes todos los cristales de la casa del grito que pegas. Pero un grito de desilusión. O no sé, un grito de eso que sientes cuando pasa esto.

Y eso es todo. El otro día le pregunté a la chica que qué hacía ella cuando todo le salía mal. Me miró y se fue sin contestarme. Aunque en el fondo me quiso decir todo esto.

Ya con el tiempo, me dí cuenta de que era Kitty Wu en borrado. Perdida en un callejón de Chinatown, entre restaurantes bulliciosos y humo por las ventanas y las calles, y ella paseando tranquila mirando con ese brillo. O en un balcón con vistas a edificios también con humo, con mucho humo, y ella con un aire oriental que se te olvida cuando la miras a los ojos.

Jolín.