Zarachusta

Entonaba The Leading Guy mentalmente mientras quemaba a cámara lenta los castillos de naipes que había construido días atrás. En el descampado no había nadie ni nada más, la tierra seca y dura del suelo me recordaba que no se podía plantar, terreno baldío, y la chica corriendo hacia mí me quería convencer de lo contrario. Lloraba y gritaba -gritaba más que lloraba- porque el fuego estaba alcanzando el metro de altura. Escondido entre los naipes había mucho combustible que habíamos comprado entre los dos, y quemar eso no estaba bien.

Ella no sabe que el otro día pensé en ella y en todos, les escribí una carta que jamás leerán pero que ahora al mirarme a los ojos debería entender.
El momento de la canción en que la voz desgarradora canta está llegando. Todavía queda un poco de débil esperanza alentadora, de mañana será otro día y de buscar nuevos descampados. Aunque no servirá de nada y ya lo sabía, sabía que me encanta el sabor de mandar todo a tomar por culo y quedarme con lo puesto. El fuego en los ojos es uno de tantos síntomas, pero ese sabor es el mejor sabor del mundo si te gusta destruir cosas, y destruir cosas bonitas y destruir cosas bonitas a sabiendas de que nunca más serán bonitas; y ya se verá que pasa mañana pero déjame regocijarme en la destrucción, mañana si hace falta vuelvo a destruir el día si es que me dura el pronto y si no pues estaré ausente y alicaído pero ahora sólo quiero destruir. Y todo esto ya lo sé yo de siempre, pero da igual. El hombre es el único capaz de morir dos veces porque quiere, porque le gusta.

Le empujé a la hoguera.

Y cuatro, y cinco y diez.