Axiloma

Una vez conocí una chica con unos pechos muy grandes, eran increíblemente grandes. Y cuando levantaba los brazos deja ver sus axilas negras y varoniles. No eran varoniles por ser negras, sino por ser varoniles. Alguna vez me concentré únicamente en sus axilas y me imaginaba a mí mismo con ellas. Las mías eran femeninas. Luego llegaba a casa y me plantaba delante del espejo a repetir el mismo proceso, pero nunca conseguía recordarlas exactamente, así que pasaba muchas horas mirando disimuladamente sus axilas.

Ella estaba obsesionada con sus pechos. Siempre comentaba que tal o cual perro sarnoso se había relamido sin pudor. Sólo podías adivinar su silueta, porque intentaba esconderlos, pero no lo conseguía y tenía en en su mente muchas miradas de ojos rojos clavadas en su pecho, risas estridentes y saliva, saliva sobre ellos, viscosa y caliente.

A mi estas cosas no me las contaba, pero yo las adivinaba. Y además siempre me pillaba mirándole las axilas pero por su actitud creo que para ella yo le miraba también los pechos. Así que un día que no tenía gran cosa que hacer empecé a mirarle los pechos.

A ella no le gustaba que le mirasen, pero yo los miraba solamente, sólo miraba. No había saliva ni ojos rojos, pero de haberlos habido serían fríos y serenos. Le miraba los pechos como antes le miraba las axilas.