Escalofrío número cuatro

Una vuelta a casa en una noche calurosa. Las farolas color naranja otorgaban a las calles una atmósfera de alerta. El naranja se reflejaba en escaparates y en las lunas de los coches. No era de noche, no era la noche como antítesis del día, si no un pariente y un pariente cercano del día; con envidia intentaba imitar a su familiar pero sin éxito, y de vez en cuando, el hermano malo -la noche- se colaba por parques mal iluminados trayendo consigo desidia e inmundicia.
Me dirigía de vuelta a casa tartamudeando al andar y con la cabeza ya dormida. Era fácil porque el camino no implicaba dificultad, el mismo de siempre. No era habitual cruzarse con alguien, y las pocas veces eran compatriotas en modo automático. Todo estaba en silencio y eso contribuía a la atmósfera naranja.
Ese día una voz rompió la tranquilidad. Ya de por sí hay voces que dan más miedo que otras, y si la ambientamos, su miedo se acentúa. El señor, además, no utilizo ninguna de las frases propias de aquel horario sino que dijo algo así como, ¡oye chico!¿quieres magdalenas? No conseguí localizarle hasta que fijé la vista en el escalón de un portal. El semblante serio de un hombre entrado en años, sobrio y clavándome la mirada era poco esperanzador. Y creo que expresé extremadamente bien ese parecer con mi expresión corporal, así como voz blanda y débil y un ¿eh?
Se levantó ágilmente en dirección hacia mí. Un torrente de ideas comenzó a brotar. La barba gris de hace un mes tenía que ser porque vivía en la calle, aunque olía a perfume barato y llevaba los dientes más blancos y pulcros que yo. ¿Por qué no hay nadie más en la calle? Pero si acaban de cerrar todos los bares, ¿la gente no va andando a casa? Que me digas dónde puedo follar ahora, llévame a algún sitio -mientras me zarandeaba. Le escupí en la cara la poca saliva que conseguí recolectar y eché a correr. Oí una risa estridente a mis espaldas, por encima del murmullo de mis pulmones ante semejante intempestivo esfuerzo, pero no le di mayor importancia. Un viejo más -me dije.
Claro que a la mañana siguiente no estaba previsto encontrárselo apostado al lado del quiosco. Con la mirada fija y un palillo que iba de lado a lado de la boca me hizo un gesto a modo de saludo.