Henry Millesrs

Estamos acostumbrados a considerarnos una gran comunidad democrática, vinculada por lazos comunes de sangre y lengua, unida indisolublemente por todos los modos de comunicación que el ingenio del hombre pueda idear; llevamos las mismas ropas, comemos la misma dieta, leemos los mismos periódicos, idénticos en todo menos en el nombre, el peso y la tirada; somos el pueblo más colectivizado del mundo, exceptuando algunos pueblos primitivos a los que consideramos atrasados en su desarrollo. Y sin embargo, a pesar de todas las pruebas exteriores de que estamos estrechamente unidos, vinculados, de ser amistosos, joviales , serviciales, comprensivos, casi fraternales, somos un pueblo solitario, un rebaño morboso y enloquecido que se agita de un lado para otro presa de un frenesí fantástico, intentando olvidar que no somos lo que pensamos ser, que no estamos unidos de verdad, que no estamos entregados de verdad los unos a los otros, que no nos escuchamos de verdad, nada de verdad, simples dígitos movidos por una mano invisible en un cálculo que no nos incumbe.