Ça plan pour moi

Vivían en grupos de quince, aunque si no vivías con ellos no sabías que vivían en grupos. Los grupos no se hablaban unos con otros, pero eso a simple vista tampoco lo sabías. Vivían juntos pero no se mezclaban. Tenían prohibido mezclarse. No podían intercambiar palabras con los de otro grupo.

Yo para ellos no existía, me veían como a un grupo de quince. Por lo que nunca llegué a integrarme completamente.

Adquirí sus costumbres. Para ellos la barba era sagrada, tanto hombres como mujeres llevaban barba y era de alto status social tener mucha barba. Los niños soñaban con tener la misma barba que el rey, el gran rey. El rey tenía lo que yo y toda mi sociedad conocía como enfermedad, su cuerpo no podía dejar de generar pelo. Para ellos era un profeta. Solamente sus más allegados podían realizar visitas al gran rey.

Mi grupo comenzó gracias a mí, pero con el tiempo conseguir engañar a algunos y se vinieron conmigo. Era delito cambiarse de grupo, así que lógicamente era muy difícil que alguien viniese conmigo, por lo que no pude elegir quién sí y quién no. Éramos tres imberbes y yo. Con el tiempo mi grupo fue el grupo de los imberbes. Pero yo no era imberbe. Era el rey de mi grupo.
Mis tres amigos imberbes tenían su historia particular, todas eran originales y entretenidas mientras las contaban. Después sólo eran, al fin y al cabo, historias. El rey era yo.

Mi mano derecha era un chico al que sus padres le obligaron a depilarse desde siempre. El pelo es feo. Le habían repetido esa frase todos los días de su vida. Ahora era incapaz de dejarse crecer el pelo. Tenía verdaderos problemas cada vez que se imaginaba a sí mismo con pelo. No se atrevía. Pero era un buen chaval.
Las mujeres eran infumables. Las mujeres con status. Los desechos sociales me volvían loco, era lo más parecido a las modelos de mi sociedad. Para ellos eran unas pobres señoras sin un sitio dónde caer muertas. Así que también acogí alguna que otra. Me casé. Con cuatro. Ellos tenían por ley el matrimonio par. Me costó entender esto un poco, pero resumiendo: tenías que casarte con un número de mujeres que fuese par. Por lo que casarse con una mujer estaba descartado, era delito. Con el tiempo le encontré la razón de ser a esta norma.

Tuve dos hijos con la misma mujer, en el fondo solamente quería a una pero tenía que cumplir con las leyes como buen ciudadano. Les hacía pasar mucho tiempo con mi mano derecha, que les contaba su historia una y otra vez. Mis hijos también se depilaron desde pequeños, aunque yo nunca les obligué a ello. Se llamaban Pin y Pon. Darían muchos quebraderos de cabeza a la comunidad, para mi deleite.

El grupo iba aumentando.