Pierdo el equilibrio cada vez que me mira a los ojos, me mira a los ojos es pensar en ella, pienso en ella cada vez que pierdo el equilibrio, salte donde salte aparece, y no me persigue, ojalá me persiguiese.
Es una estatua, al revés que aquel cuadro sigues sus ojos y sus ojos esquivan la mires como la mires. Pierdo el equilibrio al moverme un poco más hacia allí, dos pasos menos, más alejado, treinta grados al otro lado, paralelo a ella, pierdo el equilibrio sin darme cuenta enzarzado en ése juego tonto, estoy detrás suyo para que no me vea, los omoplatos marcan dos líneas cerca de la columna, se mueven sus brazos, se adivina desde donde estoy, estoy triste pero no me ve, me acuerdo que evita mi mirada, la clavícula, sobresalen dos botones en el hombro, son para salvar el mundo, se mueve su hombro, se gira, me agacho, por qué me agacho, no lo sé, he perdido el control del timón del barco, gira sin parar la rueda, si lo freno -quiero frenarlo- me quema las manos.