Ejercicio de ego y retórica II, Trasímaco de la justicia: piensas que los pastores o los boyeros miran por el bien de las ovejas o de las vacas, y las ceban y cuidan de ellas tendiendo a otro fin que no sea la conveniencia de sus dueños o la de sí mismos, y que, igualmente, los gobernantes en las ciudades, los que de verdad gobiernan, tienen una idea respecto de sus súbditos, y otra con relación al modo de gobernar sus ovejas, así como que examinan de día y de noche otra cosa que no sea la consecucción de su provecho personal. Estás tan lejos de llegar al conocimiento de lo justo y de la justicia y de lo injusto y de la injusticia, que no sabes que la justicia y lo justo es en realidad un bien extraño, conveniente para el más fuerte y para el gobernante, familiar y perjudicial para el que vive sometido y obedece ´`ordenes, y que la injusticia es lo contrario y ejerce el gobierno sobre los verdaderamente sencillos y justos, pues son los gobernados  los que realizan lo que conviene al más fuerte y le hacen feliz prestándole su servicio, sin que de ningún modo se beneficien a sí mismos. Así, inocente Sócrates, hay que considerar las cosas: siempre y en todas partes sale peor parado el hombre justo. En primer lugar, en las relaciones mutuas, cuando uno entra en comunidad con otro, nunca hallarás que al disolverse la sociedad el justo posea más que el injusto, sino menos. Luego, en los asuntos públicos, cuando hay que satisfacer algunas contribuciones, es el justo aun con los mismos bienes el que tributa más, y menos el injusto; pero cuando se trata de recibir, el primero no obtiene ganancia alguna , y grande en cambio el segundo. Y cuando uno de los dos se hace cargo del gobierno, le ocurre al justo, si no otra pena mayor, el que sus asuntos domésticos queden por completo abandonados, al no poder obtener beneficio de la cosa pública por ser justo, y además el verse aborrecido por sus parientes y amigos que no le perdonarán el no haberles procurado ayuda por no violentar la justicia; al injusto, sin embargo, le acontece exactamente todo lo contrario. Y al decir esto, me refiero al que antes nombraba, al que disfruta de un gran poder; considérale con atención, si quieres llegar a discernir cuánto más le conviene, por su propio interés, ser justo que injusto. Y lo conocerás todavía mejor si tu punto de vista se fija en la injusticia extrema, la que hace feliz al más injusto, y más desgraciados a los que padecen la injusticia y son incapaces de cometerla. No otra cosa es la tiranía, que arrebata lo ajeno, furtiva o descaradamente, sin consideración a su carácter sagrado o profano, privado o público, y no llevándoselo en pequeñas partes, sino en su totalidad. Cuando alguno es cogido in fraganti por haber cometido fraudes análogos, entonces se le castiga y recibe los mayores denuestos, porque se les llama sacrílegos, mercaderes, horadadores de paredes, despojadores y ladrones a todos aquellos que faltan a la justicia de alguna manera. Pero si alguien, además de las riquezas de los ciudadanos, los somete y los reduce a la esclavitud a ellos mismos, es llamado dichoso y feliz en lugar de aplicarle esos nombres deshonrosos, y no sólo por los ciudadanos, sno incluso por cuantos tienen conocimiento de la plena realización de su injusticia; ya que quienes reprochan la injusticia, no lo hacen porque teman cometerla, sino por miedo a sufrirla