Dos
ferrocarriles se cruzan un día lluvioso. Las ventanas están
empañadas. En cada tren hay un viajero qué se pregunta cual iba más
rápido. Es el suyo o el que venía en dirección contraria. Uno de
ellos responde sin dudarlo que el suyo es el que iba más rápido. El
otro piensa y decide contestar que no puede saber cual de los dos iba
más rápido.
John
Kennedy Toole (Nueva
Orleans,
Luisiana,
17 de
diciembre
de 1937
–
Biloxi,Misisipi,
26 de marzo
de 1969),
fue un novelista estadounidense,
autor de La
conjura de los necios obra
ganadora del Premio
Pullitzer
de ficción en
1981.
Se suicidó en 1969 a los 31 años tras no conseguir publicar esta
novela, siendo posteriormente publicada con enorme éxito en 1980
gracias a la insistencia de su madre, Thelma Toole.
Y
un día me encuentro a una persona que habla de John Kennedy Toole
con una seguridad que da miedo. Estamos sentados en un banco de la
calle. Es un día nublado gris claro. Hay una luz muy blanca. Las
nubes hacen como de telón de teatro y todo tiene límite, parece que
no existe el infinito. Veo el banco como un banco de madera que han
puesto en medio de la calle y los coches y el tráfico y los atascos
y los semáforos y el color ámbar sobre el negro que parpadea.
Cuando hace sol veo él banco y veo su sombra, y veo. Hablamos del
tiempo. No hace frío. Mañana no creo que llueva. Noto algo en su
cara. Ahora está lloviendo dice. Pero no me ha caído ni una gota y
aún así me fijo a ver. Qué dices, si no llueve. Luego pienso que
igual es uno de los señores que cerró la puerta a John Kennedy
Toole. O igual es Thelma Toole. Estoy sentado buscando el infinito y alguien se sienta, me cuenta satisfecho que su tren es el más rápido y se queda callado, ahí
sentado estando por estar, porque luego no me concentro y tengo que
dejar de buscar el infinito. Le miro a la cara y pone que si, que su
tren es sin dudarlo el que iba más rápido, y tonto, que en vez de
seguir con lo mío repienso lo del tren; igual se me ha escapado algo
y sí que puede saber de verdad que el suyo era el rápido, pero no
encuentro la solución y luego hablamos de otra cosa y su tren es el
más rápido aunque nunca se va a saber seguro. Me digo que da igual,
que sea el suyo, que la velocidad de los trenes no me preocupa. Pero
me sigue asustando lo mismo que alguien hable sin agarrarse a cosas
de verdad, qué está en un campo de baloncesto tirando triples solo
sin parar sin que nadie pueda verlo. Joder, si sé eso no sé nada,
pero sé que no sé nada y no sé nada. Y sigo buscando lo del infinito.