La servilleta

Hi havia una chica con pájaros en la cabeza y otra con pájaros en el culo. Y había una chica con gabardinas verdes que paseaba por los pasillos con aires de chica perdida por el mundo. Hi havia una chica de color marrón tierra -que aunque como las gabardinas de la chica perdida- no tenía nada que hacer con el resto, pero pensaba en raíces y las raíces son eso, raíces, que están ahí y siempre seguirán ahí -que aunque son de color marrón como la tierra y la madre tierra, siempre serán cosa de la madre tierra-. Y había una chica de color transparente -esas son las mejores, porque son raíz, son pájaros y son jaulas y son lo que haga falta, joder-, pero ella aunque transparente estaba delante de un color muy, muy gris y dejaba de ser transparente. Y ese gris era muy acaparador. Hi havia una chica que no tenía aires de perdida pero en realidad estaba perdida, aunque no lo aparentaba, y tenía un botón encima de la boca muy bonito que nadie podía tocar.
Y ahí estaba yo, agachado poniéndole la cadena a la bici por quinta vez, con las manos negras, la garganta estropeada y el cerebro que se ha ido de pinchos.