El sexo

- Creo que ha llegado la hora de tener una charla con nuestro hijo.
- Cariño, apenas tiene diez años. No hay que forzar las cosas. Ya irá descubriendo pasito a pasito todo.
- Quiero que crezca con los ojos abiertos. Tarde o temprano algún chiquillo de su clase un poco más espabilado que el resto hará lo que nosotros debimos de hacer y no hicimos. Y para colmo lo hará mal.
- Quizá tengas razón…
- La tengo. No te preocupes, yo me encargo.
Días después, el padre agarró a su pequeño hijo del brazo y se lo llevó a pasear ante la atónita mirada del hijo, sorprendido pues era prácticamente imposible que hubiesen descubierto sus travesuras.
- Papá te prometo que… -dijo casi balbuceando el pequeño, buscando la mirada de su padre con ojos llorones-.
- A partir de ahora ya se como pillarte -contestó entre carcajadas -.
- No, no, no.
- Siéntate y escucha. Hace un momento, has tenido un sentimiento de culpa, ¿me equivoco?
- No pero yo…
- Tchs, luego hablaremos de eso -le interrumpió-. Al igual que ese sentimiento, las personas son capaces de sentir de otras muchas maneras. Por ejemplo un chico puede encontrar a otro chico con el que se identifica, juega, ríe y canta pero cuando llega la hora de despedirse nota como algo se mueve en su estómago y lo echa de menos, lo quiere sólo para él y se enfada sólo de pensar que puede aparecer alguien que se lo pase mejor que con él. Para que esto no ocurra hacen un pacto, y nunca por nada del mundo vuelven a separarse. Se dan la mano cuando caminan, se abrazan cuando se ven solos, se apoyan mutuamente. Ambos son sus ángeles de la guarda protegiéndose de los niños que pretenden que la lleven en el pilla pilla.
- Aham, ya sé. ¿Y las chicas? Seguro que las chicas no pueden hacer eso. Las de mi clase son mongolas, sólo quieren peinar a sus muñecas.
- Las chicas también hacen lo mismo, todos podemos encontrar a nuestro ángel.
- Pues son mongolas.
- Las chicas, al igual que los chicos, pueden ser muy buenas y muy malas, hijo.
- Di lo que quieras, no tienes ni idea papá –le rebatió mientras se alejaba corriendo en busca de su merienda-.

Pasaron los días, semanas e incluso años. El joven tropezó y se levantó infinidad de veces. Aprendió por si sólo, por suerte no estuvo condicionado y pudo elegir que pensar y que no, en que creer y en que asentar sus ideales. No se produjo ninguna charla más entre padre e hijo. Era sano. Comenzó a juntarse con los amigos de clase, entró en el equipo de fútbol del pueblo, salía por las noches a dar vueltas con su vieja bici, hicieron una cabaña entre todos, se pasaba los días de verano en el lago que había a las afueras…
Un día llegó a casa diciendo que la profesora estaba organizando una excursión a la ciudad, que todos sus amigos iban y, lógicamente, el también quería hacerlo. El padre se mostró reacio, pero tras arduas negociaciones por parte de madre e hijo accedió a darle su visto bueno. Pese a ello, el padre estaba preocupado, sabía lo que conllevaba aquella excursión. Sabía que en la ciudad, el pequeño observaría muchas cosas nuevas y difíciles de asumir, situaciones jamás imaginadas por él y que representarían grandes cambios.
Tal y como se esperaba, el niño volvió con los ojos como platos, inquieto, realizando y repitiendo preguntas constantemente ante la frustración del padre.
- Relájate -inquirió el padre- vamos al salón. Relájate y cuéntame que es lo que ocurre.
- Papá, yo no se a donde he ido pero he visto cosas muy raras. Había chicos de la mano con chicas, había chicas abrazando a chicos, los chicos no estaban con chicos y las chicas no estaban con chicas. Papá, ¿por qué hacen eso? ¿Están locos?
- Sabía que esto iba a ocurrir…
- ¿Qué dices papa? ¿Qué he hecho?
- Poco a poco. ¿Te acuerdas cuando te conté como funcionaban los ángeles de la guarda?
- Si –contestó rápidamente-.
- Pues esto es parecido, solo que los chicos con los chicos y las chicas con las chicas. No me preguntes como siendo tan distintos y con esas ideas tan dispares, ser capaces de encontrar a otra persona que les proteja, les entienda y les cuide. Porque yo tampoco lo entiendo. No me preguntes porque son tan viciosos, tan obscenos, tan desinhibidos de grabarse y hacer películas de sus acciones protectoras. No te cuestiones como pueden hacer alarde y enorgullecerse de su ángel de la guardia. No te plantees como pueden condenarse eternamente a querer a otra persona, ni tan siquiera como aun a sabiendas de éste pacto de sangre son capaces de incumplirlo eligiendo a otro ángel de la guardia tras haberse comprometido con uno. No quieras saber porque entre ellos discuten, se pelean, se humillan, se hacen daño cuando su verdadero trabajo es ser el ángel de la guardia de su otro.
- Entonces, ¿son mala gente?
- No. No son mala ni buena gente, son ellos. No importa su condición, hijo. Lo que importa es la persona en sí. Puede haber chicos malos con chicos malos, chicos buenos con chicos malos, chicas malas con chicas buenas, chicos malos con chicas buenas, chicos buenos con chicas buenas… Tan sólo tienes que limitarte a ser tú y buscar a tu ángel allí donde creas conveniente, no importa nada más. Que no te haga dudar el hecho de que sea chico o chica, pues por ello no será mejor ni peor, ni más bueno ni más malo.
- Eso intento, pero cada vez aparecen cosas nuevas.
- Tranquilo, has abierto los ojos. Bienvenido.




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