Historia inacabada de la vida

No se trataba de ningún juego macabro, sino de pura inocencia. De pie, en medio de aquel rincón olvidado, cerré los ojos para analizar la situación por primera vez. Después de tantos intentos truncados había perdido, me sentía perdido. Se me había borrado el mapa, sin quererlo, sin saberlo. Pero era de madrugada y apenas me quedaba energía como para resolver ecuaciones, así que me dedique a cosas más triviales.
Fui descifrando los rasguños y manchas que había en las paredes. Le puse cara a los antiguos inquilinos que dejaron su firma en el techo con un mechero indeleble.
Esas letras fueron lo primero que me llamó la atención. Me parecieron una huella de orgullo, un estúpido libro de visitas donde los viajeros entonaban valientemente: ¡yo estuve aquí! Y eso me hizo sentirme pequeño, muy pequeño. Porque yo no quería tocarlo siquiera. Me daba miedo saber quien había estado sentado en el mismo lugar que yo, me aterraba pensar que mientras yo sólo quería frenar las náuseas de estar allí ellos repasaban con escuadra y cartabón buscando el error.
Pero no pude retener la ansiedad. Las paredes se abalanzaron sobre mi, no pude hacer nada, no tenía donde ponerme a salvo. Conseguí llegar a tientas al saliente que habían inventado a modo de cama. Caí rendido, con la respiración entrecortada y la vista nublada, tenía que volver a evadirme o iba a empeorar mi situación.
No podía creerme que a unos pocos metros por encima de mi hubiese dos jóvenes discutiendo porque no se veían a menudo y porque la relación no podía sostenerse más tiempo. Me pareció tan sumamente cruel que lo asocié a una artimaña de mis captores, me estaban torturando. No quería derrumbarme, joder.
El tiempo no existía,.



Nairobi 2011