Querida Bessonova:

Sé que estas palabras vanas y superficiales jamás llegarán a tus ojos y eso me consuela. La tormenta de arena. Dicen que las tormentas de arena son tan peligrosas que en muchas ocasiones acaban con la vida de todo lo que encuentran a su paso. Pero también dicen que los que son capaces de superarlas reciben el sagrado bautismo de nuevo, quiero decir, son personas totalmente distintas a las que se encontraban arrodilladas ante el inicio de la tormenta de arena. Pues quiero que sepas que he sido capaz de mirar a los ojos a la tormenta, no me creía con tanto valor pero di un paso adelante y prácticamente me fue imposible girar la cabeza, mirar atrás y arrepentirme pues la fuerza de la tormenta me dominaba. He de reconocer que en el camino me encontré con un beduino que calmó la sed, pero el resto del trayecto ha sido una vasta llanura, allí hasta donde alcanzaban mis ojos como mínimo. Quizás el oasis estuvo ahí siempre y el problema fueron mis ojos. Ya no importa. Ha sido una experiencia muy violenta a la par que gratificante. He sufrido mucho, lo reconozco. En el camino he llorado noches y días, he lamentado mi situación y también reconozco que no veía el fin. Pero cuando estaba ascendiendo la última y más exigente duna, y mientras poco a poco mis pies dejaban de luchar y mi mente de caminar apareció un hilo de agua, punta del iceberg de lo que estaba por venir, rectifico, está por venir. Soy una persona nueva y como tal, pues antes sería un sacrilegio, me tomo el lujo de hacer un alto a pocos metros del oasis y disfruto de este ardiente sol pues de eso se trata.
Te envío un cariñoso abrazo, tengo arena en las zapatillas, la cara quemada de tanta exposición solar y una sed de camello pero la verdad es que estoy muy a gusto y no tengo prisa alguna por alcanzar el oasis pues se que aquí también estoy cómodo.
Tal vez sólo esté cómodo al saber que por fin he llegado. No. Lo siento pero eso quedo atrás, se sonreír.